En muchos países del este de Europa, y a pesar de las advertencias de la UE, el colectivo LGTBI sufre el hostigamiento y la persecución. Hungría sigue justificando sus leyes homófobas y también Polonia avanza por ese camino. Pero no están solos en su homofobia, el último en cerrar filas es el presidente checo, Lilos Zeman, que ha dicho que comprende a los gays pero no a los que cambian de sexo.
Su opinión ilustra la brecha de valores que dividen a la Unión Europea por el este. La ley húngara que condena la promoción de homosexualidad entre los menores se inspira en la norma rusa de 2013. Budapest la mete directamente en la represión de la pederastia, y se suma a la abolición del matrominio homosexual, la prohibición de que adopten hijos y la proscripción del cambio de sexo. Igual que en Polonia, que a pesar de su enemistad con Moscú va incluso por delante. Un centenear de municipios se han declarado zonas libres de gays.
Agotada la bandera de la inmigración, Orban y el partido ultraconservador, el PiS polaco, agitan la de los gays que corrompen el occidente cristiano frente a la intromisión de Bruselas. Dos enemigos por el precio de uno para ganar las elecciones en clave nacionalista.