La célebre frase "Houston, tenemos un problema" en realidad fue "Hemos tenido un problema aquí", pronunciada por el piloto del módulo de mando del Apolo 13 Jack Swigert en medio del abismo espacial, a 320.000 km de la Tierra. El "problema" fue el estallido de uno de los dos depósitos de oxígeno y daños en el segundo que dejaron sin posibilidad de generar electricidad ni agua potable a bordo de la nave. Era la séptima misión tripulada (11-17 de abril de 1970) y la tercera destinada a aterrizar en la Luna. El fallo de los generadores dejó al Apolo 13 a merced de las baterías que hubiesen debido utilizar en la Luna. Y la falta de agua, además de ser un problema serio para los tres tripulantes, era vital en la refrigeración de los equipos electrónicos de a bordo. La prioridad --recuerda Alberto Sols, director de la Escuela de Arquitectura, Ingeniería y Diseño de la Universidad Europea de Madrid-- ya no era el alunizaje sino salvar a la tripulación.
Ante el desconocimiento inicial de la naturaleza de los daños, la dirección de vuelo en Tierra optó porque la nave rodeara la Luna, se racionara el agua, se ensayaran nuevos sistemas de orientación, se desconectaran todos los equipos prescindibles para ahorrar energía y se empleara el módulo lunar Aquarius como una especie de balsa salvavidas. Decisiones todas ellas basadas en los análisis de los ingenieros del centro de control.
En la sala de control había una veintena de especialistas que conocían al dedillo su área de responsabilidad. Contaban también con una réplica exacta de la nave y la ayuda inestimable del piloto del módulo de mando Ken Mattingly, quien se quedó en tierra a última hora.
En alardes de improvisación, se diseñó un método para recargar la batería del módulo de mando a partir de la energía disponible en el módulo lunar, se fabricaron adaptadores para el filtro de CO2, se corrigió el rumbo en varias ocasiones, los astronautas tuvieron que soportar temperaturas de apenas cuatro grados sin ropas de abrigo y sin apenas agua. En estas condiciones, la última hazaña fue calcular con exactitud el lugar de amerizaje en el Pacífico. Lo que podía haber sido una de las misiones más dramáticas de la historia se convirtió en todo un éxito para la NASA y la exploración espacial.