León Tolstói: Guerra y paz (18/09/10).
"Súbitamente, los invitados se agolparon, rumorosos, en la entrada. A los sones de la música, entre dos filas de cortesanos, apareció el emperador que, avanzando con paso rápido mientras saludaba a derecha e izquierda, como si deseara terminar cuanto antes aquel primer minuto de encuentro ceremonial. El soberano, llevando de la mano a la dueña de la casa, cruzó el salón, seguido por los embajadores, ministros y generales. Cesó la música y la orquesta inició entonces los sones pausados -claros y seductores- del vals. El emperador, sonriendo, contempló la sala. Pasaron unos instantes, pero nadie comenzaba a bailar. Natasha, en silencio, estaba a punto de llorar al ver que no bailaría aquel primer vals. El príncipe Andréi, con su blanco uniforme de coronel de caballería, observaba en la primera fila del amplio círculo a los caballeros cohibidos que no se decidían a comenzar el baile y a las damas, que ardían en deseos de ser invitadas. Como le gustaba bailar y deseaba poner fin a las conversaciones políticas con que lo atosigaban, queriendo además romper el ambiente generado por la presencia del soberano, se acercó a Natasha y la invitó a bailar. Ella levantó la mano sonriendo y, sin mirarlo, la puso sobre su hombro. La expresión ansiosa de aquel rostro se iluminó de pronto con una sonrisa feliz, agradecida e infantil. Sin turbarse, el príncipe -uno de los mejores bailarines de su tiempo- se dispuso a ceñir el delicado talle de su pareja y con seguridad, sin prisa, comenzaron a bailar deslizándose en círculo por la sala. Tomando después la mano izquierda de su dama, la hizo girar al ritmo cada vez más rápido de la música, mientras se oía el tintineo acompasado de las espuelas en los rápidos y ágiles pies del príncipe. Natasha bailaba maravillosamente: se hubiera dicho que sus pies, calzados con zapatos de raso, volaban solos -rápidos y ligeros-, mientras su rostro resplandecía de entusiasmo y felicidad. Y cada tres pasos, al dar la vuelta completa, su vestido de terciopelo parecía, al inflarse, una llamarada." (León Tolstói: Guerra y paz) (18/09/10).