Dejo las alturas y vuelvo a tierra para demostraros que aquí como allí no hay nada alegre ni feliz sin mis favores (26/09/10).
Dejo las alturas y vuelvo a tierra para demostraros que aquí como allí no hay nada alegre ni feliz sin mis favores. En todas partes advierto los solícitos cuidados que la madre Naturaleza, creadora del género humano, ha puesto en casi todas las cosas para que nunca falte el aderezo de la locura. Según los filósofos, la sabiduría no es otra cosa que el dejarse guiar por la razón. Y por el contrario, la locura consiste en dejarse arrastrar por las pasiones. Por ello Júpiter indujo en los hombres más inclinación a las pasiones que a la razón, para que la vida no fuese demasiado triste y amarga. La razón la relegó a la cabeza, pero no a toda, sino a un angosto rincón de la misma, dejando al imperio de los desórdenes las restantes partes del cuerpo. Está fuera de toda duda que todas las pasiones son del dominio de la locura, porque el loco se distingue del sabio en que se deja conducir por sus pasiones, mientras que éste pretende menospreciarlas y seguir los dictados de la razón. [...] Por ello los estoicos recomiendan al sabio que se mantenga aislado de todos los desórdenes, como si fuesen enfermedades. Sin embargo, las pasiones no sólo hacen las veces de orientadores que llevan la nave al puerto de la sabiduría, sino que en cualquier ejercicio de la virtud suelen ser el acicate para exhortar a obrar el bien. Aunque el estoicismo de Séneca sostiene que el sabio debe alejar de sí todas las pasiones, pero al hacerlo harto puede verse pues no quedaría en él nada humano. Sería como una estatua de mármol con figura de hombre, pero insensible y ajena a todo sentimiento (26/09/10).