Solía pasear por la noche, cuando en el río Moldava se resquebrajaban los hielos. Durante varios días, aparecían charcos en el río helado...(11/09/10)
"Solía pasear por la noche, cuando en el río Moldava se resquebrajaban los hielos. Durante varios días, aparecían charcos en el río helado. Entonces ya estaba prohibida la entrada al hielo. Luego llegaban unas aguas turbias y, bajo su presión, el hielo empezaba a romperse. Al día siguiente, ya flotaban los témpanos que llegaban de aguas arriba del Moldava, del Sázava y del Berounka, y chocaban con estruendo en los pilares de los puentes y se trituraban en el hierro del espolón de los rompehielos, delante del puente de San Carlos. Desde que se acabaron las construcciones conductoras del río, el Moldava ya no se congela en Praga. La gente de hoy ya no conocerá seguramente el placer de poder despreciar los puentes y atravesar de una orilla a la otra sobre el hielo, y correr a lo largo del río viendo a los abrigados pescadores contemplar en silencio sus cañas, al lado de los agujeros tajados en el hielo. Cierta primavera, una repentina e inesperada riada arrojó en el Moldava los hielos del río Berounka antes que los de otros afluentes, y cerca del pueblo de Modfany se creó una enorme barrera de hielo que amenazaba con una inundación. Tuvieron que acudir los soldados y romper con detonaciones los témpanos de hielo amontonados. Las explosiones se sentían hasta en Praga y los puentes estaban repletos de gente. Yo también miraba desde un puente, lleno de curiosidad, la desierta pista de hielo donde precisamente aquel invierno patinaba a diario. Al cabo de un rato, tras las detonaciones, llegaron las primeras olas y, con un tremendo estampido, se rompió la placa de hielo sobre la superficie. Fue un espectáculo fascinante."
(Jaroslav Seifert: Toda la belleza del mundo - primera parte, capítulo cinco) (11/09/10)