Era un glorioso día de julio, uno de esos días que sólo llegan después de muchas jornadas de buen tiempo (12/09/10)
"Era un glorioso día de julio, uno de esos días que sólo llegan después de muchas jornadas de buen tiempo. Desde el amanecer, el cielo estaba claro; la aurora no se inflamó en fuegos, sino que se tiñó de suaves arreboles. El sol -ni abrasador como en la época de la canícula, ni turbiamente rojo como en vísperas de la tormenta, sino radiante y benigno- discurría plácido detrás de una larga y estrecha nube, brillaba suavemente y se sumergía en su bruma de color lila. El alto borde sutil de la nubecilla relucía, serpeando, y su lustre parecía el de la plata labrada. Pero he aquí que de nuevo se filtraron los juguetones rayos del sol y, jovialmente, como si levantara el vuelo, volvió a remontarse -más intenso que nunca- su fulgor. Alrededor del mediodía solían presentarse muchedumbres de altas y redondas nubes de color oro oscuro, con tenues bordes blancos. Semejantes a islas diseminadas a lo largo de un interminable río, envueltas en sus diáfanas y transparentes mangas de uniforme azul, apenas parecían moverse del lugar; más allá, hacia el confín del horizonte, se agitaban y se apelmazaban hasta el punto de tapar casi por entero el cielo, traspasadas de luz y tibieza. El color del horizonte, leve, de un lila pálido, permaneció inmutable todo el día, sin que en lugar alguno se oscureciera ni asomaran barruntos de tormenta. Acá y allá se extendieron de arriba nubes, y las últimas -negruzcas y vagas cual neblina- se acomodaron en rosados círculos frente al sol que se ponía. Un débil fulgor perduró breve rato sobre la tierra, cada vez más oscura. Y centelleando débilmente como una lucecita, en el lugar por donde se ocultó con la misma placidez con que despuntara en el cielo, asomó la estrella de la tarde." (Ivan Turgeniev: El prado de Bezhin) (12/09/10)