En este trayecto del Atlantic Express, en Solo en Podcast de RNE, contamos la vivencia, personal y profesional, de Luis Buñuel en Nueva York y Los Ángeles, abriéndose paso después de dejar España durante la Guerra Civil.
Buñuel, de vida longeva e intensa es consideran por los mexicanos como parte de su propio patrimonio cultural, uno de sus símbolos después de tantos años viviendo y también desarrollando su obra artística en un país en el que rodó y al que entregó muchas de sus grandes películas. Además de exhalar en Ciudad México su último suspiro, el 29 de julio de 1983.
El ciclo The Last Remaining Seats, “Las Últimas Butacas Disponibles”, que se celebra en Los Ángeles, en California, recrea a comienzo de cada verano la majestuosidad de las grandes películas en los espacios para las que fueron concebidas. En el down town de la ciudad angelina, en la calle Broadway, en el distrito de los grandes cines, aun están en funcionamiento (aunque para ocasiones especiales ) alguno de los “movie palace”, palacios del cine, que fueron inaugurados en los primeros años del siglo anterior, catedrales cinematográficas, para 2.500 o 3.000 espectadores, con fachadas deslumbrantes y con decoración interior exuberante, con nombres como el Orpheum, Los Ángeles, Roxy o el United Artists Theatrer. Y entre clásicos como Cantando bajo la lluvia, Matar a un ruiseñor, este ciclo que comentamos, The Last Remaning Seats, suele rescatar títulos de Luis Buñuel, en su etapa mexicana, como El Gran Calavera o Los Olvidados.
Buñuel había visitado por primera vez Hollywood en 1931, coloboró entonces con la Metro Goldwyn Mayer en Los Ángeles, con Paramount y años después, en 1935, fue supervisor de doblaje para la Warner Brothers en Madrid. Su primera impresión de aquel mundo del cine estadounidense queda reflejada en el libro de memorias Mi Último Suspiro, “Yo adoraba América antes de conocerla. Todo me gustaba: las costumbres, las películas, los rascacielos y hasta los uniformes de los policías. Pasé cinco días en Nueva York, en el hotel «Algonquin», completamente deslumbrado y acompañado por un intérprete argentino, ya que no sabía ni una palabra de inglés. Luego, siempre con Tono y su mujer, tomé un tren para Los Ángeles. Una delicia. Creo que los Estados Unidos son el país más hermoso del mundo. Llegamos a las cinco de la tarde, después de cuatro días de viaje. En la estación nos esperaban tres escritores españoles que también trabajaban en Hollywood: Edgar Neville, López Rubio y Ugarte. Al día siguiente, me instalé con Ugarte en un apartamento de Oak-hurst Drive en Beverly Hills. Mi madre me había dado dinero. Me compré un coche, un rifle y mi primera «Leica». Empecé a cobrar. Todo iba bien. Los Ángeles me gustaba mucho, y no sólo por Hollywood. Dos o tres días después de mi llegada, me presentaron a un productor director llamado Lewine, que dependía de Thalberg, el gran jefe de la «M.G.M.».