Los pastores vascos prolongaron durante largas décadas su presencia en el Oeste americano. Y en este tiempo se enfrentaron con cambios y crisis. Hacia la mitad de la segunda década del siglo XX, se aprobaron legislaciones más restrictivas que condicionaron la industria ovejera. La Ley de Inmigración de 1924 (que limitaba el número anual de ciudadanos españoles que podían entrar en los Estados Unidos), a la que se sumó la Depresión económica que comenzó con la caída de la bolsa de valores en 1929, junto con la Ley Taylor Grazing de 1934, frenó las oportunidades económicas para los pastores que emigraban a los Estados Unidos, como recuerda en Atlantic Express, David Río, catedrático de Literatura Norteamericana de la UPV/EHV en Vitoria-Gasteiz.
Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, hubo escasez de mano de obra agrícola y se necesitaron pastores. Los propietarios ofrecieron un contrato, garantizando el pago del viaje a cambio de un compromiso de tres a cinco años de trabajo. Sin embargo, una vez que saldaban estas tareas y cumplían lo acordado, los pastores solían buscar otro empleo más cercano a las ciudades, en la construcción, en la agricultura o en cualquier otro campo que les permitiera un estilo de vida menos duro.