Diosas y rebeldes   Artemisia, el grito del lienzo 23/12/2024 09:31

Artemisia nació en Roma, pero bien podría haber nacido en Troya, con el incendio ya crepitando en las murallas. La ciudad estaba llena de pintores, mecenas, la peste del barroco. Y Artemisia, con sus ojos inmensos, su temperamento trágico, aprendía a mezclar ocres y sombras junto al caballete de su padre, Orazio Gentileschi, un pintor más del bullicio romano, tan toscano como sus silencios. Ella, la única hija mujer, tomaba el pincel con un ansia que no era femenina, según decían los vecinos. “Demasiado buena para ser una chica”, murmuraban en los talleres de Trastevere. Pero Artemisia no pintaba, sangraba.

Era 1611 y Roma olía a humedad y conspiración. Agostino Tassi, un pintor paisajista. La violación no fue solo un acto de brutalidad, fue un crimen contra su espíritu, contra su luz. Tassi destrozó no solo a la joven Artemisia, sino también al mito que ella misma estaba gestando, esa fuerza que apenas empezaba a rugir en sus lienzos. Y cuando terminó, dejó su hedor y su huella imborrable en la tela de su alma, creyendo que el silencio de la mujer era el silencio del mundo.

El juicio fue una exhibición de crueldad institucional. Artemisia no solo tuvo que narrar su dolor, sino defenderlo. Tuvo que probar, ante hombres que jamás podrían entenderlo, que su herida

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