Diosas y rebeldes   Helen Keller. El silencio habla 20/01/2025 09:30

Helen Keller. El nombre resuena como un eco en un cañón vacío, un susurro en el vasto abismo de la historia. Ella era mujer en un mundo de hombres, ciega y sorda desde los 19 meses debido a una enfermedad diagnosticada en su época como “fiebre cerebral”, probablemente escarlatina o meningitis. Pero Helen no era un eco; era el trueno. Su historia no comienza en los dorados salones de la posteridad, sino en el silencio opaco de Tuscumbia, Alabama, donde una niña pequeña, atrapada en su propio cuerpo, desafiaba a un mundo que insistía en ser invisible y mudo para ella.

Desde muy joven, Helen se enfrentó a barreras aparentemente insuperables. Incapaz de comunicarse con quienes la rodeaban, sus primeros años estuvieron marcados por la frustración y la rabia. Se cuenta que la pequeña Helen solía lanzar objetos y sumirse en crisis que reflejaban su impotencia. Sin embargo, con la llegada de Anne Sullivan en 1887, su vida dio un giro extraordinario. Anne, una joven maestra con problemas de visión, transformó el aislamiento de Helen en un puente hacia el mundo.

“La gran tragedia no es ser ciega,” escribió Helen en su autobiografía “La historia de mi vida”, publicada en 1903, “sino tener vista pero carecer de visión.”

A lo largo de su vida, Helen trabajó incansablemente para mejorar las condiciones de vida de las personas con discapacidades. Su activismo se extendió más allá de la discapacidad, ya que apoyó el sufragio femenino, los derechos laborales y el pacifismo.

Su voz nunca fue callada; resonó a través del tiempo, ensalzando la figura de la mujer como pionera en un mundo de hombres y recordando a la humanidad que el verdadero lenguaje es el de la perseverancia.

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