Un bosque habitado por la filosofía, la poesía, la música, los conocimientos hortícolas sobre el cuidado de la tierra y de lo que de ella puede brotar y amor que, como las plantas, dividiéndose se multiplica y habitado también por ciudadanos y ciudadanas que tienen que dejar de ser turistas de su barrio para convertirse en lo que nunca debimos de dejar de ser, paisanos y paisanas del lugar que nos acoge. Y es que nos conviene recordar que debajo del asfalto está la vida, el bosque. Bienvenidos a las ciudades de las plantas donde la misión ciudadana como dice Ignacio Abella, es jardinear porque debemos cuidar también nuestras ciudades por puro egoísmo. Para el cronista de los árboles la recuperación del sentido de lo sagrado en relación a la naturaleza es una forma de restituir la dignidad del árbol y, por tanto, al ser humano y reiniciar así una relación malograda.
Además, te vamos a contar una historia, la más bella historia que lleva persiguiéndonos muchos años y que nos confirma que la jardinería y su proyección, más allá de los límites de nuestro jardín es un don que cualquiera pueda obtener. Porque el autor Ignacio Abella es antes que nada un afanoso jardinero que cultiva huertos en flor para alimentar su espíritu y sus artes narrativas. Ignacio Abella es nuestro Al Yannan, el maestro de nuestro jardín. El Bosque Habitado, un programa donde los árboles y las plantas y todos los seres que los provocan y habitan son protagonistas.
Y al tiempo que nos envuelve la fragancia de las flores y las plantas que además encuentran su protagonismo en diferentes capítulos de la narración y que describen estados más allá de la memoria aromática, coincidiremos con la experiencia de lo sublime que describía Max Dessoir, un olvido del propio yo donde una sensación de bienestar y seguridad sustituye al miedo al afrontar un desafío.