El monólogo ha llegado a su fin, se ha producido el milagro: la melodía, como si se desgajara o, mejor dicho, como si floreciera, toma varios caminos simultáneos. El tronco ha devenido en ramas, el espacio se ilumina por los destellos de la naciente polifonía. La melodía solitaria, quizás cansada en su peregrinar, se divide en varias voces que se mueven con una cierta independencia, pero regidas por leyes tonales que, aunque difíciles de conocer en profundidad, son fáciles de percibir por un oído atento. La ameba se ha multiplicado, el hilo de oro escondía varios hilos iguales tras él. El espacio ha sido más ocupado: ya no es una simple pelota recorriendo la pantalla de vídeo, ya son varias, y serán muchas más las que ocupen el espacio sonoro conforme avance en el tiempo la arquitectura sonora de la sinfonía.
El oído atento
Los espacios de la música
12/10/2013
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