Me acerco al Instituto de Educación Secundaria de Torreblanca, en Sevilla, donde también se imparten diferentes módulos y ciclos de Formación Profesional (FP), para conocer desde dentro en qué consiste y cómo ha cambiado después de tantos años. Porque ya nada tiene que ver con la FP de antes. Ni los chicos ni los profesores, en muchos casos, son los mismos. Porque las nuevas tecnologías han revolucionado el conocimiento a todos los niveles y ya no son cinco años como entonces.
Hay ciclos medios y superiores, pero no de todas las especialidades. Nos lo cuentan las chicas de maquillaje y peluquería o los chicos de automoción. Visitamos varios módulos y hablamos con sus profesores y alumnos para conocer qué problemas tiene esta formación profesional porque no todo ha cambiado para mejor.
La Formación Profesional sigue estando mal valorada por una sociedad que desconoce realmente en qué consiste aprender un oficio y cómo se preparan a estos futuros profesionales. Y las propias instituciones educativas no fomentan esta alternativa a la universidad con el mismo ímpetu.
Los profesores se quejan de los escasos recursos con los que cuentan para formar a estos jóvenes, pero también de la situación que viven en un centro con más de 1.000 alumnos y una sola señora que se ocupa de la limpieza de todo el recinto.
Pero a pesar de los recortes y de la falta de recursos, he visto cómo estos profesores comprometidos le echan ganas y enseñan con pasión buscando alternativas como aportar sus propios vehículos para que los chavales vean un coche de este siglo, por ejemplo.
Reclaman también que a los estudiantes se les oriente antes de entrar en la Formación Profesional, que se les muestre en primera persona de qué va esto, porque también toca estudiar y hacer exámenes, además de la parte más práctica. La FP es una alternativa a la universidad y además tiene una buena salida laboral.