Me encuentro con un Mohammed, Ahmed, su padre y Mosab, el técnico de CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, que les está acompañando en este proceso de acogida. Es una familia siria que hace unos pocos meses llegó a Sevilla. La mujer está cocinando en casa y las otras dos hijas están en el colegio mientras nosotros hablamos.
El padre tiene diabetes y va en silla de ruedas. En Egipto le amputaron una pierna y si no sigue camino hasta nuestro país, probablemente, le hubieran cortado la otra también, me comenta. Hasta ahora no ha podido tener una atención médica adecuada. En Egipto, se lamenta Mohammed, "no les importa la enfermedad, les importa el dinero. Mi hermano y yo trabajábamos 10 horas al día para poder pagar a los médicos y mis hermanas no iban al colegio".
Los dos hermanos llevan trabajando desde jóvenes porque son los que han estado pagando los tratamientos médicos para sus padres durante los últimos años. Esta familia es un ejemplo de las personas sirias refugiadas que hay en nuestro país o que pueden estar en camino. Lo han perdido todo, absolutamente todo, y han decidido dejar atrás a familiares y seres queridos para salvar la vida y no correr más riesgos. De hecho, en Siria se ha quedado parte de la familia. Comentan con tristeza que un familiar falleció hace poco por la guerra y no se han podido despedir.
Una de sus hijas tuvo suerte y volvió a nacer, porque no le pasó nada el día que cayó la primera bomba en el colegio, pero cualquier día les podía tocar a ellos. Por eso se fueron y llevan años en tránsito. Son personas que tienen muchas ganas de empezar de cero, de integrarse, de aprender español y de tener un futuro entre nosotros en paz.