“Cuantas veces me acuerdo / de vosotras, lejanas/ noches del mes de junio…” escribió Jaime Gil de Biedma, evocando las noches de junio de exámenes finales y de los primeros calores del verano, con su promesa de viajes y encuentros. Y una noche de mes de junio, la pasada noche San Juan, falleció en Madrid Lorenzo del Amo, viejo amigo con el que habíamos conversado en mayo de 2013 en Radio Exterior en la serie Ayer, sobre su vida viajera y en particular sobre su travesía de África en tractor de 1977, programa que ahora volvemos a emitir en recuerdo de Lorenzo.
Había fallecido en 2012, también demasiado pronto, otro gran viajero, el norteamericano afincado en Madrid, Dani Wagman. Dani y Lorenzo formaron parte de la internacional juvenil de los drop- outs, jóvenes europeos, australianos, canadienses y norteamericanos que desde mediados de los años 60 comenzaron a comprender que las largas carreras y las tantas veces aburridas clases de las universidades, que los trabajos tantas veces rutinarios y mal pagados que se ofrecían a los jóvenes y, ya no digamos, los largos años de preparación de una oposiciones de registrador de la propiedad, eran en realidad encerronas en las que se educaba a los jóvenes a volar bajo; donde se les enseñaba a aplazar, hasta un futuro remoto que nunca sabías siquiera si iba a llegar, pisar, tocar, oler, comer, el mundo que tenías ante ti; lo que en los años 60 y 70, eso quería decir, Estambul, Teherán, Kabul, ¡ el Khyber Pass !, Lahore, Delhi, Benarés, Goa, Katmandú… Aquellos jóvenes, como Dani y Lorenzo, intuían que a partir de los treinta y tantos años o los cuarenta, sin la plasticidad y la pobreza de la juventud, el viaje ya es otra cosa: un paseo agradable por diversas escalas del gran parque temático del mundo, sin riesgo de hepatitis pero sin la posibilidad de alcanzar ese estado alterado de conciencia sin el cual no hay metamorfosis, no hay viaje.
Puede que fuese Lorenzo el primero que, allá por 1974, organizó a un grupo de viajeros españoles para hacer en furgoneta el hippie trail. En 1977 Lorenzo atravesó el Sahara y varios países del África negra en tractor. Dios derrite las alas a aquellos que se acercan demasiado al sol. En 1982, con 30 años, feliz ante la inminente perspectiva del refresco del agua, corrió a zambullirse en el Níger y una piedra bajo el agua lo dejó en silla de ruedas. Fue entonces cuando Lorenzo se hizo merecedor de aquel retrato del viajero que hizo Rimbaud:
“He acabado la jornada; dejo Europa. El aire marino me quemará los pulmones, los
climas perdidos me broncearán. Nadar, segar la hierba, cazar y, sobre
todo, fumar; beber licores fuertes como metales en ebullición...
Volveré con miembros de hierro, piel oscura y ojo furioso; y, por la
máscara, se me creerá de una raza fuerte. Tendré oro: seré un ser
ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados de vuelta
de los países cálidos...”
Los 30 años siguientes soñó viajes para que otros los realizaran, aunque vivió temporadas en África, e hizo en 1994 un Estambul- Delhi por tierra, para recordar el inaugural de 20 años atrás y que inspiró después una película, Anochece en la India. Vivía sin concesión alguna al sentimentalismo. Sólo se le humedecían los ojos cuando oía algunas canciones de Triana como las que sonaron en lejanas noches del mes de junio en la plaza de toros de Las Ventas en Madrid, hace ahora exactamente 35 años.