A mediados del siglo XIX la fiebre de la sonata para piano parecía haber remitido y pocos eran los compositores que le dedicaban más de una decena de obras en su catálogo. Lejos quedaban las 32 sonatas de Beethoven, las 25 de Mozart, las 23 de Schubert o las más de 60 de Haydn. Liszt escribió una (dos si se cuenta su sonata Dante); Mendelssohn y Schumann solamente elaboraron 3; y Frederic Chopin, igualmente, produjo apenas un tríptico a lo largo de 16 años. En 1828 redactó la primera, de carácter juvenil y demasiado académica; en 1844 publicó la tercera, llena de vitalidad y virtuosismo; y seis años antes tuvo uno de los momentos de mayor inspiración en su breve pero fructífera vida. La Sonata nº 2, op. 35, no sólo era una pieza para piano, similar a lo que se hacía hasta ese momento, sino que sirvió como un verdadero poema lleno de lirismo, tragedia, fantasía y excepcionalidad a lo largo de sus cuatro movimientos, de los cuales, uno, por sí solo, también ha pasado a la historia: la Marcha fúnebre.
Y sobre su origen, el momento vital en el que fue escrita, cómo las fantasías que atormentaban a Chopin se ven impregnadas en la partitura, su análisis musical y cómo debe ser interpretada al piano se escucharán las opiniones de numerosos expertos en este nuevo documental de Gran Repertorio.