Esta música no tiene aire ni luz. Es un débil latido del corazón. No se le pide llegar más allá de unos milímetros en el espacio, pero sí la misión de penetrar en las grandes profundidades de nuestra alma y en las regiones más secretas de nuestro espíritu. Esta música es callada porque su audición es interna. Contención y reserva. Su emoción es secreta y únicamente toma forma sonora en sus resonancias bajo la gran bóveda fría de nuestra soledad. Es símbolo de renuncia. Renuncia a la continuidad en las líneas ascendente de progreso y perfección del arte, porque en esta escalada es necesario, alguna vez, descansar. Deseo que mi música callada, este niño que acaba de nacer, nos aproxime a un nuevo calor de vida y a la expresión del corazón humano, siempre el mismo y siempre renovándose.
Con estas palabras describía Federico Mompou el que sería su proyecto más ambicioso, una colección de cuatro cuadernos musicales comenzada en 1959 donde imprimió toda su estética y forma musical. Una idea evocadora del impresionismo pasado de Satie, Fauré o Poulanc que pondría por título “Música callada” y que finalizaría en 1967, siempre bajo el amparo de aquel poema de San Juan de la Cruz, el Cántico espiritual, que rezaba aquello de La noche sosegada en par de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora.
En el programa se han podido escuchar las intervenciones de Federico Mompou, Vladimir Jankelevich, Sira Hernández y Rafael Taibo, en este último caso con la lectura de un texto escrito por Clara Janés. La grabación seleccionada ha contado con el propio compositor al piano.