Cuando llego a Hurghada, a orillas del mar rojo, localizo un albergue sencillo y barato. Tienen un bar donde sirven alcohol. Me fijo que tras la barra, todas las botellas son falsificaciones locales de marcas internacionales. El lugar está lleno de rusos. Muchos de ellos completamente borrachos. Las mujeres van en bikini y exhibiendo carne pálida. Los camareros y botones circulan entre el ganado semidesnudo con ojos de lobo hambriento. A estos pobres menestrales los contratan en las pobres aldeas vecinas. Nunca han visto tanta carne pecaminosa. Se ve en sus ojos que les encantaría darse un atracón de sexo eslavo.
Al atardecer, cuando la luminosidad ya no es hiriente, salgo a pasear por la playa en busca de aire fresco, pero lo que veo no me anima en absoluto. Es un basurero. Resulta increíble que un pueblo que vive del turismo acumule tantos desperdicios incontrolados en lo que es su mayor riqueza. El mar Rojo es destino soñado por buceadores de todo el mundo, pero se está llenando de inmundicia sin que nadie intente poner coto.