Lo primero que harán hoy será visitar el Museo Egipcio, un bello edificio neoclásico en la plaza Taharir, donde ocurrió la revolución. Fue inaugurado en 1902 y supuso el comienzo del fin de una época euro centrista que se llevaba los tesoros arqueológicos de oriente a occidente. Los grandes museos europeos poseen un fenomenal legado arqueológico proveniente de Asia y Oriente Medio.
Hay enormes colas y un férreo control de seguridad para entrar. No se permiten las cámaras y la entrada cuesta sesenta dinares. La exposición es inmensa, tanto que abruma, son casi 140.000 piezas, imposible de ver en una sola visita.
La pieza más importante de todo el museo es la sala de Tutankamon, el único faraón de los sesenta que hubo cuyos restos han sido hallados. El egipcio más famoso del mundo fue en realidad un monarca de segunda fila, enclenque e irrelevante en vida, que reinó menos de una década y murió a los dieciocho años de edad. Pero el hallazgo de su tumba intacta en 1923 por un aristócrata inglés, Lord Carnavon, y su ayudante, Howard Carter, le garantizó la posteridad. No solo por la importancia del descubrimiento científico sino por la leyenda de su maldición.
Según algunas fuentes, en el umbral de la cámara mortuoria estaba inscrito: "La muerte rozará con sus alas a todo el que toque el faraón".