Seguramente, la mayoría de la gente reconoce a Francisco Umbral como aquél que protagonizó un rifirrafe televisivo con Mercedes Milá a cuenta de un libro del que, al parecer, no se hablaba lo suficiente en el programa. Pocos sabrán de qué libro quería hablar el airado escritor y casi nadie conocerá (si es que hay alguien, tal vez su viuda) quién es el verdadero Francisco Umbral.
El libro en cuestión era La década roja; un texto a caballo entre el periodismo y la literatura, al estilo de Umbral; una crónica mordaz de los primeros diez años de los gobiernos de Felipe González.
El autor. Paco Umbral, un nombre que, como tal, no existió. Tampoco es un seudónimo propiamente dicho. Se trata de una elección de identidad que un tal Francisco Alejandro Pérez Martínez escogió para sí mientras trabajaba en la radio, en La Voz de León, allá por 1953.
Francisco Pérez había tenido hasta entonces una vida muy dura. Hijo de madre soltera en la preguerra civil (nació el 11 de mayo de 1932), no conoció a su padre y fue escondido por su familia materna por la vergüenza de ser hijo natural fruto de un adulterio. A consecuencia de este abandono, el pequeño Paquito adquirirá una formación autodidacta y tendrá en los libros, gracias a un voraz apetito lector, su principal fundamento intelectual.
Después, convertido ya en Paco Umbral, su genio literario y periodístico harán de él un escritor de éxito. Desde El Norte de Castilla, el periódico que dirigió su amigo y padrino vital Miguel Delibes, a Los placeres y los días, su personalísima columna durante dieciocho años, en el diario El Mundo. De su primer y juvenil cuento Tamouré, a su obra de confesiones otoñales Un ser de lejanías. Miles de artículos, un centenar largo de libros, premios, reconocimientos…y la fama. Pero nada de eso, ni su personaje público de dandi de bufanda y guantes, ni su halo de hombre fatal de lengua viperina o de erotizador oficial de los platós del reino, pudieron eclipsar el desgarro que le ocasionó ver morir por leucemia antes de los seis años a su único hijo. Huérfano de padre y semihuérfano de su familia, se sentía finalmente, también, huérfano de hijo.