Ildefons Cerdà fue uno de los fundadores del urbanismo contemporáneo. Su principal realización fue el ensanche de Barcelona, la mayor zona residencial de Europa.
En el siglo XIX Barcelona conservaba su trazado medieval, las murallas constreñían el casco urbano, dificultaban su desarrollo y la ciudad sufría un grave problema de hacinamiento y salud pública. Pero en 1853 se aprueba el derribo de las murallas y en 1859 se da vía a un plan de ensanche que le dará una nueva forma.
Cerdà, miembro del exclusivo Cuerpo de Ingenieros, que dominaba el Ministerio de Fomento, se va encargar del proyecto de ensanche, pero tendrá que afrontar la oposición de la burguesía y autoridades locales, y de los arquitectos modernistas, que despreciaban su característica malla rectangular.
El plan Cerdà contemplaba la anchura de las calles, el porcentaje de edificación en las manzanas, la orientación y, sobre todo, las vías que unían el conjunto, proyectadas para una ciudad que aún no había experimentado la revolución de los transportes. Su proyecto se apoyaba en un estudio pormenorizado de las necesidades de la ciudad y de su población, que publicó en su Teoría general de la urbanización. Los amplios chaflanes, que Cerdà ideó para facilitar la visibilidad en los cruces de las vías, fueron uno de sus aspectos más originales que, con el tiempo, han demostrado su validez ante las necesidades del tráfico rodado.
Fueron muchos los ensanches que se desarrollaron en diversas ciudades españolas tras el plan de Cerdá. Valencia, Bilbao, Coruña, Alicante, San Sebastián, Elche o Madrid realizaron sus ensanches en la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX, y en ellos se puede apreciar la influencia del urbanista catalán.