El Watergate fue el mayor escándalo político de Estados Unidos en el siglo XX, que concluyó el 8 de agosto de 1974 con la dimisión del presidente Richard Nixon.
Nixon renunció para evitar el procesamiento penal y la destitución por delitos de obstrucción a la justicia y encubrimiento cometidos para ocultar el frustrado asalto al cuartel general del Partido Demócrata en las oficinas del Watergate el 17 de junio de 1972, durante la campaña electoral de ese año.
En esa fecha, cinco asaltantes encabezados por el jefe de seguridad del Comité de Reelección del Presidente Nixon, James McCord, son detenidos cuando pretendían instalar un sistema de escucha telefónica en las oficinas demócratas.
Aunque inicialmente el allanamiento no tuvo mucho eco en la prensa, The Washington Post mantuvo el tema vivo gracias a las exclusivas de Bob Woodward y Carl Bernstein, dos jóvenes periodistas que habían logrado establecer contacto con un importante confidente dentro del FBI, Mark Felt, el conocido como Garganta Profunda, que les irá guiando en la trama.
El caso se fue desarrollando durante algo más de dos años ante una opinión pública atónita al ir conociendo por dentro las intrigas del poder, a través de las sorprendentes grabaciones del Despacho Oval, y los testimonios de políticos y funcionarios en las comisiones del Congreso norteamericano.
Nixon, cada vez más acorralado, termina cayendo cuando en una de las grabaciones se le escucha ordenar a la CIA que impida al FBI que continúe con la investigación. Será la prueba de cargo, la Smoking Gun.
Medio siglo después, el Watergate nos habla de la guerra sucia contra un adversario político usando los resortes del poder; de la obstinación periodística por conocer y difundir la verdad; del buen funcionamiento de las instituciones para sancionar atropellos en nombre de la seguridad nacional y, en definitiva, de la salud democrática de una Administración que expulsa a un presidente que ha cometido delitos amparado en su cargo.