El 13 de febrero de 1965, la policía política de la dictadura portuguesa, la PIDE, asesinó al general Humberto Delgado, uno de los más activos miembros de la oposición. Fue en España, en Villanueva del Fresno (Badajoz), a unos dos kilómetros de la frontera. Esa muerte, junto con la de su secretaria brasileña, Arajaryr Moreira de Campos, enturbió las relaciones, formalmente cordiales, entre las dictaduras de Franco y Salazar.
En este programa, Luis Zaragoza traza la compleja biografía de unos de los personajes más singulares de la historia reciente de Portugal, y que desde la Revolución de los Claveles ha ascendido a la categoría de mito. Además, repasa las similitudes y las diferencias entre las dos dictaduras ibéricas, con ideología y objetivos comunes, pero surgidas en circunstancias distintas.
Nacido en 1906, militar de vocación y de carrera, Humberto Delgado apoyó con entusiasmo la dictadura militar que derribó la república en 1926 y al Estado Novo forjado por Salazar en 1933. Ocupó importantes cargos en el régimen, como el de Director General de Aviación Civil o el de agregado militar en la embajada en Washington y representante de Portugal ante la OTAN. Pero, después, pasó a la oposición abierta a la dictadura.
En 1958 se enfrentó al candidato del régimen en las elecciones presidenciales. Su campaña aunó a la oposición comunista y no comunista y se planteó como una confrontación con el régimen que arrastró a cientos de miles de personas. Perdió, oficialmente, aunque los resultados fueron controvertidos y siempre se consideró el presidente legítimo. Meses después, acosado por la dictadura, se exilió, primero en Brasil y luego en Argelia.
A pesar de haber sido anticomunista visceral, terminó aliándose con el Partido Comunista Portugués y presidió la organización unitaria opositora Frente Patriótico de Liberación Nacional. Pero Delgado siempre quiso derrocar a la dictadura mediante un golpe militar, lo que le apartó de muchos de sus aliados.
Dotado de un carácter impetuoso y aislado fuera de Portugal, Delgado se mostró impaciente por actuar. En esas circunstancias, la PIDE logró atraerlo a una trampa: debería entrevistarse con unos supuestos militares dispuestos a dar un golpe de Estado para acabar con Salazar, pero la entrevista ocurriría no en Portugal, sino en Badajoz. Allí lo mataron el 13 de febrero de 1965.