Hay publicidad que “blanquea” y exagera lo que una mujer puede ganar vendiendo su cuerpo a plataformas sexuales.
La mujer usada para el placer sexual es un clásico a lo largo de la historia. La tecnología, aunque no ha sustituido a la prostitución, sí que se ha utilizado para crear en paralelo un mercado sexual digital. Primero llegó el porno y ahora la “creación de contenido” en plataformas en las que las mujeres son las principales productoras y la mayoría de los consumidores hombres. Además, aparte de generar fotos o videos explícitos desde su casa, los consumidores pagan a estas trabajadoras por mandar mensajes, envíos de sus pelos, su ropa interior usada, o incluso su saliva, como un kit adicional. Trabajadoras que, por cierto, en su mayoría son explotadas por los propios proxenetas digitales que las captaron, como se explica en un análisis cualitativo de la Federación de Mujeres Jóvenes de 2024. Se las presiona para que no se despeguen de la cámara y así no dejar de generar contenido.
Desde la pandemia en adelante, el número de usuarios y en consecuencia el de trabajadoras sexuales ha ido incrementando, entre otras cosas, gracias a la publicidad masiva y engañosa en redes sociales. Quieren hacer creer, especialmente a chicas jóvenes y en situación de precariedad, que generando contenido sexual van a ganar muchísimo dinero y se van a “empoderar”. Algo que, como se analiza en el reportaje, no es verdad, o al menos si no parten de una consolidada posición de relevancia social en el mundo digital.
En este documental sonoro María Aramendi analiza con expertos y trabajadoras de este sector todos los riesgos a los que se enfrentan, tanto por seguridad como por la huella digital.