La Octava Sinfonía (1812) era la preferida de Beethoven pero, curiosamente, ha sido la más desdeñada por los críticos. Parece que es demasiado "alegre", "desinhibida", "luminosa", "transparente", etc. A los críticos les mola lo sombrío y lo insondable (tipo Schönberg, claro). Pero la Octava empieza con una eclosión de vitalidad que se prolonga casi media hora. ¡¡Gratitud por la existencia!! ¡¡Brazos tendidos al sol!!... Sus diarios de esos días hablan de encontrar la felicidad "dentro de mí mismo"... ¿Y cómo es posible esto, con lo fatal que lo estaba pasando Beethoven?... Beethoven vivía su tragedia de no conseguir que la aristócrata Josephine Brunsvik ("Pepi") se casase con él, deleznable plebeyo. De esos días (julio de 1812) datan las famosas cartas "A la Amada Inmortal". Tal vez por esa tensión emocional Goethe aquel verano se llevó una impresión injusta de Beethoven: "indómito", "desagradable" (escuchamos sus arias e interludios para el Egmont de Goethe). Pero Beethoven encaraba su vida, sus desdichas, como sólo él podía hacer: una buena Sinfonía erguida contra todas las maldiciones de la tierra. En fin, comparamos el péndulo de su segundo movimiento (homenaje al metrónomo de Mälzel), con "El Reloj" aristocrático de Haydn. Mencionamos la ternura de Beethoven con la niña Emilia, de Hamburgo, quien le regaló una cartera porque "su música le hacía feliz". A nosotros también. Comparamos su música con el kintsugi japonés: embellecer o restablecer las grietas con polvo de oro, con belleza. Y nos despedimos con kintsugi moderno: Guillermo Alonso Iriarte y su Nocturno "Lidio". Felices grietas doradas, queridas y queridos...
Música y significado
BEETHOVEN (VIII)
24/05/2019
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