Un año y pico antes de la Heroica, en 1801-1802, Beethoven ya es heroico. La Segunda Sinfonía es la respuesta impulsiva, vitalista, desafiante, a las diversas formas de su desdicha. Su oído se va perdiendo lenta e inexorablemente. Beethoven se encierra y escribe una nota de suicidio, el Testamento de Heiligenstadt, que nadie leerá. Más tarde se desvanece su amada Giulietta en manos de un conde, porque Beethoven es plebeyo: él se perderá por la finca de los Erdödy tres días, para dejarse morir de hambre, hasta que lo encuentra el maestro Brauchle... Pero finalmente emergerá el Beethoven gigantesco, arrollador, encarándose con su famoso Destino y componiendo tal vez su sinfonía más luminosa. El Destino puede que se encarne en ese arpegio de Re menor enfático, majestuosamente sombrío, de la Introducción. El resto es su victoria, ¡¡una sinfonía/victoria!!. Beethoven es el modelo de Homo invictus: "Mi rostro sangra, pero sangra erguido... Soy el amo de mi Destino: soy el capitán de mi alma", como resonará más tarde el verso de William Henley.