Comenzamos serie sobre Beethoven, en torno a sus nueve sinfonías, mirando el ambientazo que había en Viena en 1800, los aristócratas progres que lo lanzaban (como Lobkovitz y Lichnowsky), sus competidores cuyos nombres hemos olvidado fácilmente (Wranitzky, Witt, Vögler...), pero que no eran tan malos, el secreto de su poder sobre nuestras mentes y nuestras almas... En su Primera Sinfonía un semitono ascendente posee el germen del crecimiento y la energía cinética. Beethoven liquida el aristocrático minueto y mete el díscolo scherzo en la Sinfonía como símbolo del nuevo mundo "plebeyo" que surgía. Igual había hecho en su Sonata nº3 (1795) -por cierto, su Adagio es la banda sonora de la película Byzantium-. La revolución no la hizo Beethoven sólo. Su público le pedía esas cosas tan emocionales porque representaba sus anhelos. Beethoven superaba a sus contemporáneos en sentido dramático, en conmoción (tiempo lento del Trío "del Fantasma"). Y acabamos con el Finale de la Primera Sinfonía, ¡¡una "niñería" según Berlioz!!. ((Pues claro, es que Beethoven no tuvo infancia.))