En 1923 Arthur Honegger le puso música, aparentemente insustancial, al traqueteo de una locomotora y compuso su Pacific 231. Aquella generación de entreguerras quería tomar un tren que los eximiese de los horrores y las hipocresías de la cultísima Europa intelectualizada. El tren ha discurrido por nuestra Historia, despertándonos cosas y estimulando sueños. Se dice que Schubert metió un tren en su Novena Sinfonía (1826). Los primeros trenes musicales son frívolos: Glinka (1840), Alkan (1840), Johann Strauss II (1864). Eran trenes/picnic. Dvorak inventó el tópico del "tren nostálgico": Sinfonía 1 "Las campanas de Zlonice" (1865), Sinfonía 7 (1885), Sinfonía 8 (1889). Pero el tren más ignorado está en una obra famosísima: Finlandia de Sibelius (1900). No sólo era el tren del progreso, sino de la libertad, que conduce a todo un pueblo hacia la luz. Los bolcheviques cultivaron el tren que maquinizaba nuestras vidas: Prokofiev y Mosolov (1926). El cine y el psicoanálisis trajeron al tren como representación del Yo, un Yo que descarrila penosamente (El puente de Cassandra, de Jerry Goldsmith, 1976); o que causa la perdición de Anna Karenina (película de 2012 basada en la novela de Tolstoi, con música de Dario Marinelli); o que sirve de escenario para tramar un asesinato atroz (Extraños en un tren, de Hitchcock, 1951, con música de Tiomkin). O también el tren es arquetipo junguiano del dragón: Imparable (Gregson-Williams, 2010). Felices dominios del Yo y felices dragones de verano, queridos-as,,,
Música y significado
HONEGGER: Pacific 231
07/08/2020
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