Fin de la fiesta, queridos-as: llega el invierno y sus rumores amenazantes. Así se percibía en la Edad Media, con el trovador Neidhart (1200) o el autor anónimo inglés de "Miri it is while sumer ilast" (1225). En la transición Renacimiento-Barroco el invierno era melancólico generalmente: William Byrd y su "In winter cold" (1611). Primer Barroco: lamento y tembleques invernales en "La reina de las hadas" de Purcell (1692). El Invierno de Vivaldi (1725) es un cuadro encantado de estupor, caricatura burguesa, temor ancestral a los elementos, y sobre todo de un invierno quizá más en el alma que en los elementos. Vivaldi hace sonar acordes "congelados", el silbido del viento, otra vez el temblor, la tiritona incluso, junto al amor de la chimenea, el repiqueteo lejano de la lluvia, y acaba con la guerra de los vientos. Demasiado para una estampita burguesa ¿no?... Aquí hay algo más. Haydn en sus Estaciones (1801) hace cantar una canción popular a las hilanderas con sus madres. Ese run-rún oculta el otro, el desapacible de los truenos. Schubert es el autor de música invernal más inolvidable. En su "Viaje de invierno" (1827), la canción "En el arroyo" dibuja una severa congelación de acordes ateridos, pero bajo el arroyo, y bajo la piel del caminante, laten otros desbordamientos. Eso mismo tenemos en el Estudio en La menor (llamado "Tormenta invernal" para su disgusto) de Chopin (1836): desbordamiento, inundación, fiero atropello de pasiones. La típica proyección romántica entre paisaje y "paisaje del alma". Breve visita a la Primera Sinfonía de Chaikovski "Sueños de Invierno" (1868). Y final con invierno urbano: el de Piazzolla, de sus "Cuatro Estaciones Porteñas" (1970). Feliz invierno y feliz largo viaje hacia la luz. ¡Yo les acompaño!