Eterno nombre joven de la generación del 27, por juventud primera y por muerte temprana, con 54 años, Manuel Altolaguirre sigue siendo un gran desconocido. Es un artista artesanal de la imprenta, pero también es un gran poeta. Con un intimismo trascendente, tras el influjo inicial de Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas, avanza hacia la luz de Garcilaso y San Juan de la Cruz. Hay una transparencia en sus poemas que se mantiene en todas su etapas, con la vida y la muerte, la soledad y el amor como canto galáctico a la vida. Siempre proclamará su deuda con Salinas, en su música propia, hacia una poesía que, más que recitarse, se susurra y se advierte en su modulación, con sus sombras que danzan suavemente debajo de las palabras. Manuel Altolaguirre apenas tiene 21 años cuando crea, con Emilio Prados, la revista Litoral, como fogonazo para el 27, esa luz de rayo que atraviesa la poesía eléctrica de Góngora tras reivindicarla. Pero, además de editor, dramaturgo y traductor, Manuel Altolaguirre es un poeta fino de elevado lirismo, con el misticismo trascendido que, tras impregnarse de Juan Ramón Jiménez y Pedro Salinas en su juventud, se volverá, en el exilio, más hacia la esencia de Quevedo y Fray Luis de León. Con Soledades juntas y, sobre todo, Fin de un amor, Manuel Altolaguirre se alzará en una madurez de hondo susurro.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Fin de un amor, de Manuel Altolaguirre
15/12/2023
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