Emilio Prados experimenta un doble exilio, o un distanciamiento con sus compañeros de generación que ya le hace sentirse fuera de su tiempo antes de verse obligado a abandonar España por la victoria del bando nacional. A pesar del éxito repentino de su poesía bélica a favor de la República, Emilio Prados vive la soledad del nadador que encadena brazadas contra su tristeza, enlazando varias decepciones amorosas y un concepto de la propia poesía, como experiencia interna de revelación, que lo aleja de otros poetas de su edad. Quizá por eso se niega a figurar en la famosa Antología de Gerardo Diego de 1932, aunque finalmente aparece. En una carta a José Sanchis-Banús, fechada mucho después, el 13 de octubre de 1958, admite: “Realmente no me entendía con ellos. En el sentido afectivo sí, pero tampoco siempre, ni con todos, ésa es la verdad”. No así con Federico García Lorca, a quien siempre querrá como un hermano y a quien hará confidencias que no confía a nadie más. Jardín cerrado (1946), un libro de 419 páginas, con un pulso interior entre la tragedia y el duelo por la patria perdida, pero también la ilusión de otra vida posible. Hay esperanza aún, desde su soledad: recoge de la calle a dos huérfanos de padres republicanos y adopta a uno de ellos, Francisco Sala. Emilio Prados halla en el exilio la razón de ser de su poesía, de la añoranza del escenario perdido a la esperanza como revelación: porque la vida continúa y te mira a los ojos, y hay más de un camino hacia delante
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Jardín cerrado, de Emilio Prados
05/01/2024
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