La poesía radicalmente intimista de Ernestina de Champourcín puede dividirse por etapas, pero su vida sufre un estallido con la Guerra Civil. La obra de cualquier poeta verdadera participa de una evolución, porque escribir es una imantación que nos atrapa, desde ese viento alzado de palabras, dentro del retrato en el espejo. Y no somos los mismos, ni las mismas, en todos los actos sucesivos del drama. La representación nos atenaza, y también nos obliga a contemplarnos en el escenario. Es lo que sucede con Ernestina de Champourcín: que, aunque su cronología puede catalogarse entre sus libros de un amor más sensorial, corporal o humano, y los de un amor divino, 1936 será el epicentro mismo del temblor que partirá su existencia en dos, igual que a tantos miles de españoles, y su vida se dividirá en antes y después de la Guerra Civil. Pero también existe una tercera época: cuando Ernestina vuelva del exilio. Ahí comprenderá, como tantos otros exiliados -pienso en Ramón J. Sender o en Pablo de la Fuente-, que el paraíso soñado durante el largo exilio ya únicamente existe en la memoria. Esta mujer de ida y de regreso asiste a su propio desenlace con la mirada lúcida y expuesta desde las marejadas que la arrastran irremisiblemente, sobre el oleaje del siglo convulso de los totalitarismos que arrasarán biografías, atravesando obras literarias como las de Ernestina de Champourcín, que en vano tratará de rescatar, de entre los vientos, los buenos días perdidos que ya no volverán.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
La voz en el viento, de Ernestina de Champourcín
03/11/2023
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