En la portada de Las Eróticas se puede ver un sol de amanecida que parece ocultar, al proyectarse, unas vagas estrellas que se desdibujan bajo su halo creciente. Es fruto de la pericia del impresor Juan de Mongastón, que así lo publica en 1618, pero también de la intención polémica, de su autor. Porque, junto al dibujo, obra el grabador real Pedro Perret, también puede leerse una cita latina: Sicut sol matutinus. Me surgente, quid istae? Como el sol naciente. Apareciendo yo, ¿qué será de estas? Si, como parece -y como después descubre el texto- se refiere a la pléyade de poetas del Siglo de Oro, no extraña que Góngora y Quevedo, Cervantes y Lope de Vega, respondan a la provocación con irritación o desdén, imponiendo al final la indiferencia. Aunque el poeta primerizo es joven, sabe lo que hace: cuando se imprime Las Eróticas, Esteban Manuel de Villegas ya cuenta 29 años. Busca agitar, pero también el efecto rompedor de su obra al descubrir y divulgar, en España, la anacreóntica: esa composición lírica de arte menor, a menudo con una combinación estrófica de rima libre con tres endecasílabos y un verso pentasílabo, que celebra y canta el gozo, la ebriedad y el deseo, la mujer y el hombre en su sensualidad y el amor como sublimación de todos los sentidos. La sombra sugerente de Anacreonte, ese poeta griego que había nacido en Teos, más o menos al tiempo de la muerte de Safo de Lesbos, que siempre cantaría al hedonismo y a la salutación del placer, dota a la propuesta poética de Esteban Manuel de Villegas, en esa galaxia de estrellas de nuestro Siglo de Oro, de un pulso nuevo de modernidad que sabe proyectar su propio sol
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Las Eróticas, de Esteban Manuel de Villegas
26/07/2024
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