Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres. Madrid es una ciudad donde los muertos caminan con los ojos de los vivos, ven entre sus pasos de agua turbia en una vastedad que se deforma, según las últimas estadísticas, mientras nos revolvemos en la noche y gime el huracán, porque lentamente nos pudrimos antes de que se sequen los rosales del día. En Hijos de la ira, el abanderado de la exuberancia lírica, esa musculatura verbal del gongorismo, el antes partidario de un estilo ortodoxo y de una concepción artística y sublime de la expresión lírica, es ahora el hombre a la intemperie, en ese largo corredor de la historia, en su corte sangriento, en la sombra ahogada de sus pasos por los escenarios asfixiantes. Todo lo que antes ha negado, tendrá vigencia aquí: Dámaso Alonso se abraza a sus recuerdos, en una concepción más autobiográfica en su búsqueda de un lenguaje para todos, de una comunicación total de la escritura poética. Hijos de la ira, escrito por uno de los poetas más formalistas de la generación del 27, se convierte aquí en un tablón de paso hacia ese barro nuevo que llegará a ser la poesía social. Así, se afirma en el verso libre, porque el soneto y la métrica regular no pueden recoger el aullido del mundo y su fondo de ecos. Lo vital puede ser también vulgar, porque es el verdadero idioma de la calle ahora recogido, como un largo lamento en la desesperanza de existir, con esos nuevos ritmos del habla cotidiana, pero también con sus propios precipicios
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Hijos de la ira, de Dámaso Alonso
15/03/2024
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