Leer a Jorge Guillén es sumergirse en una realidad con armonía, en su propio planeta con los mares en calma y la serenidad mecida entre palabras de una hermosura cristalina y honda; pero también en la celebración de la vida y el cuerpo, ese esplendor de la naturaleza y el amor sensorial que respira profundo en la lenta memoria de estar vivos, con la muerte en el aire, como una dimensión que también formará parte de una misma estación de belleza. El gran amigo de Pedro Salinas en la generación del 27 siempre estará más cerca de la luz, con Juan Ramón Jiménez al fondo de su mapa semántico y moral: Jorge Guillén le canta a la ilusión y se asienta en la vida diurna como faro de un esplendor con brillo, que rechaza el adorno y se acicala dentro de su lenguaje cincelado en la síntesis de la expresión más pura. Las palabras se pulen, se agigantan en su respiración, y la lectura debe demorarse para apreciar su rica intensidad. Guillén es un poeta profesor, como Salinas: en París, en Oxford, en Murcia, en Sevilla y también en Estados Unidos: como a tantos miembros de su grupo poético, y como a buena parte de la población, la Guerra Civil lo atraviesa y lo fuerza a exiliarse. Tras una temporada en Italia, regresa a España en 1975 para vivir su cálido otoño malagueño, antes de ganar el Premio Cervantes. Entusiasmo primero y luz de baile, mármol convertido en carne trascendida a través de un lenguaje claro y pulcro, su cosmogonía de elementos refuerza la tensión vital del optimismo. Bienvenidos al mundo de Jorge Guillén, a su Cántico alzado en la esperanza.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Cántico, de Jorge Guillén
28/07/2023
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