Sólo hay que contemplar una fotografía de Alonso Quesada para adentrarse en esa turbación de cristal puro que parece latir al fondo de sus ojos. Su expresión nos sacude desde un temblor sonoro que parece marcado por su fragilidad, de vértigo pesado, con íntima llamada de socorro. Lo vemos en su rostro, que observa desde su profunda amargura vital, punzante y sobria en sus contornos, en la que se agazapa una puerta de emergencia a la ironía. La frente es ancha y guarda distancias invisibles con sus conversaciones. El primer poema que debemos leer de Alonso de Quesada es su retrato: pocos autores del postmodernismo español nos dicen tanto con su mentón enjuto, que parece haber sido pulido por un cincel de pulso exacto y firme, y también sus pómulos rasgados, a punto de salir de sus facciones, para seguir su propia gravitación líquida, con un llanto interior que no ha cedido aún a su desgarro. Tocaremos después la distancia en sus ojos: en su eterno presente, marcando esa oscura profundidad de océano, ya nos están hablando desde la superficie. Alonso Quesada, el escritor canario más total, del poema al teatro y la novela, el gran amigo de Tomás Morales Castellano y también su reflejo permanente en las islas de su regreso, dejará inédita casi toda su obra. Sin embargo, su libro El lino de los sueños, que aparece en 1915, entusiasma a Miguel de Unamuno, que escribe el prólogo, y enciende el elogio de Antonio Machado, que apreciará su tono contenido y auténtico, en una hondura con capas de intención, los íntimos sustratos de un hombre que nos habla con su primera piel, para escribirnos desde una intimidad de lava, con sencillez magmática.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
El lino de los sueños, de Alonso Quesada
29/11/2024
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