¿Quién es Manuel Machado? ¿Ese vividor medio gitano y medio parisién? ¿El gran poeta del modernismo, que logra renovarlo desde dentro, con esa ligereza del lenguaje que disfraza, tras su aparente diletantismo, una hondura de sueños? ¿El dramaturgo que, con su hermano Antonio, escribiendo entre los dos, llenará los teatros españoles, con obras como La Lola se va a los puertos? ¿Manuel Machado es el hermano de Antonio, sin más? Recordamos la frase de Borges: “¿Entonces, es cierto que Manuel tenía un hermano?”. O, más aún: ¿es Manuel, únicamente, el hermano franquista de Antonio, tras adherirse al Movimiento Nacional? ¿O es, en cambio, el que recita su himno a la República, titulado El canto rural a la República Española, el 26 de abril de 1931, con música de Oscar Esplá, en el Ateneo de Madrid, sólo doce días después de que Antonio ice la bandera tricolor en el balcón del Ayuntamiento de Segovia? Nada hay de rural en Manuel Machado: es tan urbano como el gato de Baudelaire, pero vive Montmartre con más cabeza que las que caen volando ante el hada verde de la absenta. ¿Es París, o es Sevilla? Será siempre Madrid. ¿Es Manuel Machado el de las manos sucias del alba, tras la noche agitada de los cabarets, o el de su conversión total en Burgos, ya empezada la guerra? Manuel Machado, nuestro gran poeta de la modernidad, ha llegado a nosotros a través de su influencia directa en los autorretratos de Jaime Gil de Biedma. Nadie como él ha sabido ponerse ante el espejo radical de sí mismo para someterse a juicios duros y convertirlos luego en un poema. Nadie se ha cuestionado tanto, nadie se ha ido puliendo con semejante desgarro, a pesar de su cáscara de frivolidad. Manuel Machado, poeta de mil caras y una sola verdad: ese amor profundo por su hermano Antonio, a través de las guerras, las separaciones forzadas por las circunstancias y los tiempos convulsos. Estamos ante dos poetas hermanos que se pueden leer en paralelo. Por eso cuando el periodista Miguel Pérez Ferrero, poco antes de la Guerra Civil, se reúne con Antonio y le pide su colaboración, porque quiere escribir una biografía sobre él, que ya es el poeta consagrado, admirado por todos, que seguirá siendo hasta hoy, Antonio le responde: “Acepto, Miguel, siempre y cuando usted escriba mi biografía junto con la de mi hermano Manuel, porque mi vida no podría entenderse sin la suya”. Su vida literaria, sí, esa guerra abierta que parte del modernismo, para dar a la palabra lírica acartonada de la Restauración otro refinamiento; pero que, pronto, se volverá en los dos personalidad profunda y duradera, en obras que dialogan entre sí con lenguaje de espejos. Manuel, poeta del flamenco y de los toros, que sólo aspira a ser un buen banderillero, se corta la coleta de la poesía, antes de experimentar la conversión al catolicismo, en Burgos, en paralelo con la de San Agustín, leyendo sus Confesiones. Eso es su poesía: una confesión que nos alumbra desde la íntima verdad de un hombre. Al acabar la guerra, tras publicar su artículo No matarás, oponiéndose a los fusilamientos, vivirá el ostracismo final. Manuel Machado ha sido, sobre todo, el querido hermano.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
El Mal Poema, de Manuel Machado
16/06/2023
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