Hoy caminaremos con Miguel Hernández por la estela de luz de El rayo que no cesa. Eso es su poesía: un rayo interminable, que no acaba y tampoco nos deja de crecer, en la lectura, cada vez que volvemos a leerlo. Porque vemos al hombre que nos acompaña, al niño pastor, al estudioso, al muchacho que anda deslumbrado por el Madrid burgués de la Residencia de Estudiantes tratando de ganar la admiración de los grandes poetas del momento: entre ellos, Federico García Lorca. Pero Miguel Hernández también será el amigo de Vicente Aleixandre y de Pablo Neruda, el enamorado de la pintora Maruja Mallo y el marido de Josefina Manresa, el luchador en la Guerra Civil, el poeta de trinchera que la cruza y se llena las botas de barro, comprometido con la tierra y también con la sangre que él mismo verá caer entre sus manos. Hablaremos del hombre y del poeta, con esa zarza ardiente del lenguaje que cantaba las nanas a su hijo antes de lanzarse definitivamente a una batalla que no terminaría con la guerra, ni tampoco después, al fallecer, dentro de la cárcel de Alicante, sino la de su poesía en marcha, con ese resplandor de un cuerpo que se ofrece a la propia palabra en carne abierta para seguir viviendo.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
El rayo que no cesa, de Miguel Hernández
02/06/2023
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