Juan Valera alcanza la verdad de sí mismo en la escritura con Pepita Jiménez. Tiene 50 años y todos sus trabajos literarios cristalizan aquí: en el relato del enamoramiento de un joven aspirante a sacerdote que ha cubierto con velos, de tibio misticismo, esa carnalidad dosificada del paisaje y el cuerpo, con su gracia elegante, de Pepita Jiménez. Ha escrito cuentos con hondura mítica y fantástica, ensayo, y un epistolario que mantendrá hasta que la ceguera lo recluya dentro de su recuerdo. Juan Valera, en su adolescencia, ha soñado con el Romanticismo, y llega a conocer a su gran héroe: José de Espronceda. Ha publicado en todas las revistas al alcance brioso de su pluma, las ha fundado y dirigido, y se ha dedicado a la crítica. Su madurez coincide con el desmoronamiento de ese Romanticismo en el que nunca ha llegado a creer, y del que sólo admira su exigencia de ilustrar lejanos mundos fastuosos, muy idealizados, del exotismo al mito primigenio, en la recuperación del pasado. A pesar de su entusiasmo juvenil y su amistad con otro cordobés, el Duque de Rivas, nunca llegará a ser un escritor romántico, ni tampoco un narrador realista; desdeña el costumbrismo -aunque haya ambientación de la vida campestre en sus novelas- y crea un registro nuevo, con la idealización no de pasados remotos, sino del presente en pie, desde la belleza estética y una percepción sensorial de la vida, en un hedonismo esbelto y clásico. Juan Valera es un hombre que lo ha vivido todo -aunque todavía tenga mucho por vivir-, cuando debuta como novelista con su primera obra: Pepita Jiménez
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
Pepita Jiménez, de Juan Valera
01/11/2024
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