Tomando ora la pluma ora la espada, nunca una obra poética tan relativamente breve como la de Garcilaso de la Vega tendrá tal resonancia en nuestra lírica, con esa proyección de la piedra que cae sobre el estanque para expandir sus ondas, con múltiples efectos y temblores. La poesía española no podrá entenderse sin el modelo formal y estético que representa Garcilaso de la Vega, por su equilibrio ejemplar entre dicción poética moderna y también rasgos íntimos, los asuntos que trata. Garcilaso es elegante, bravo y culto, un valiente soldado que desenvaina la espada con la misma fluidez con la que adapta las formas italianas del Renacimiento a la expresión poética española. Las introduce su buen amigo Juan Boscán, pero es Garcilaso de la Vega quien alcanzará en ellas la mayor perfección poética. ¿Cuáles son sus mayores influencias? Si hablamos del mundo clásico, tanto Virgilio como Horacio acompañan siempre a nuestro poeta guerrero, que irá formando el rumbo de su propia épica vital como los grandes héroes y morirá joven, del filo de la espada a la cintura del poema; si buscamos modelos en tiempos más cercanos, sin remontarnos al dorado esplendor de la lejana Roma, claramente, Petrarca y Sannazaro. Podemos advertirlo, sobre todo, en las canciones y en sus églogas, con la ágil alternancia de endecasílabos y de heptasílabos, en ese contrapeso interior que resalta entre sus resonancias, con unos versos alados que a veces nos parecen bailar dentro de nuestros labios.
Amor y pérdida, melancolía, con el temblor humano que fluye en corrientes puras, cristalinas, en el silencio de la selva umbrosa que todavía nos recorre.