No eran molinos. Clásicos de la literatura española   Poesías líricas, de Enrique Gil y Carrasco 24/01/2025 25:14

Hay un temblor de ocaso en el momento en que Gil y Carrasco se descubre ante el cuerpo yacente de Espronceda. Tiene 27 años. Su amigo y protector, el gran heraldo del romanticismo español, ha muerto de difteria también joven: contaba sólo 34 años. Es el 23 de mayo de 1843 y un viento cortante, sorprendentemente frío, entra por la ventana del salón al que acuden varios amigos, no todos literatos, a despedirse de José de Espronceda. A lo largo del día, bajo el cielo nublado y ceniciento, Enrique Gil y Carrasco escribe un poema de homenaje. Ha sido su respuesta a la fatalidad, una especie de dura resistencia interior, como si al escribirlo pudiera liberarse del estanque de aguas estancadas que ahora siente en el pecho. Ha muerto Espronceda, ha muerto el hombre que no podía morir. El poema aparece en El Eco del Comercio y en El Corresponsal. Faltan dos años para que publique su novela El señor de Bembibre, en la estela heroica de sir Walter Scott, que le reservará horas de esplendor; pero Gil y Carrasco, al santiguarse ante el cadáver de su amigo, comprende que José de Espronceda se ha llevado una época con él. Algo se ha quebrado en su visión del mundo con su pérdida. Enrique Gil y Carrasco sigue en Madrid; aunque, con el verano, vuelve al Bierzo. Siente su salud debilitada, pero también su espíritu se ha roto. Sin embargo, como aprendió de Espronceda, ni la espada en la mano, ni tampoco la pluma, flaquean en un hombre si ha venido a llevarse la vida por delante. Escribe su novela El señor de Bembibre, que quedará unida a su posteridad, artículos y también algunos de los mayores poemas de nuestro romanticismo.

No eran molinos. Clásicos de la literatura española
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