Luis Cernuda acaba de cumplir 50 años cuando comienza a vivir en la Ciudad de México. En otoño del 53, se instala en la casa de la poeta Concha Méndez, en la calle Tres Cruces número 11 del barrio de Coyoacán. Viven con ella su hija, Paloma Altolaguirre, su marido, Manuel Ulacia, y el primer hijo del matrimonio y nieto de Concha: Manuel. Los visita Manuel Altolaguirre a diario: tras el divorcio, mantiene con Concha Méndez una profunda amistad. Casi cincuenta años después de todo esto, con esos paseos por la plaza de Santa Catalina ya sólo viviendo en su recuerdo, durante la celebración del centenario de Cernuda en la Residencia de Estudiantes, en Madrid, en 2002, una Paloma Altolaguirre ya con 67 años me cuenta una historia del autor de La realidad y el deseo que no me ha abandonado nunca. Es Nochebuena en Ciudad de México, probablemente antes del fallecimiento de Manuel Altolaguirre, en Burgos, en 1959, de un accidente de tráfico. Están cantando villancicos y evocando momentos en España. Quizá acompañan a la familia José Moreno Villa, María Zambrano, Concha de Albornoz y otros amigos. Entonces, alguien cae en la cuenta de que Cernuda ha desaparecido. Paloma sale a la oscuridad del jardín y distingue su silueta al fondo, en un banco. Se le acerca sin hacer ruido y descubre que Luis Cernuda está llorando, solo, con la mirada perdida en el cielo cerrado. Guardará Paloma Altolaguirre la imagen de Luis Cernuda en el jardín. Aunque disfruta de esa familia poética en el exilio, en México, en la casa de las Tres Cruces, a veces se le revela ese alejamiento amargo y dolorido, oculto bajo el peso invisible de su soledad.
No eran molinos. Clásicos de la literatura española
La realidad y el deseo, de Luis Cernuda
06/09/2024
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