Vivimos en la era de las redes sociales y el contenido. En mitad de ese océano hay un sinfín de material de los usuarios que no cumple las condiciones de la red social correspondiente porque hay desnudos, violencia, discurso de odio o actividades ilícitas como venta de drogas. Es en este escenario en el que entra en juego la figura del moderador, un profesional que trabaja etiquetando estos contenidos y cuyo trabajo se desarrolla en condiciones de lo más adversas entre las que destacan un alto nivel de estrés o una escasa o inapropiada atención psicológica.
Partiendo del caso de una empresa subcontratada por Meta para este cometido y con sede en Barcelona -que ha sido objeto en estos días de un artículo en La Vanguardia-, Marta Peirano retrata la realidad de un trabajo esencial que se desarrolla en una esfera de precariedad.