Pese a no figurar entre los primeros destinos turísticos de Italia, a la capital de la región Emilia-Romaña le sobran las virtudes. La apodan la Dotta, la Grassa, la Rossa porque es docta, gorda (o al menos disfruta del buen comer) y roja. El color se lo da, además de su historial político, el ladrillo que conforma buena parte de los edificios del inmenso centro histórico, la segunda ciudad medieval mejor conservada del mundo tras Venecia. La sabiduría es cosa de la veterana Universidad de Bolonia, la más antigua de Europa, fundada en 1088. Y el sabor lo aportan las especialidades culinarias que se han apropiado del gentilicio, ya sea su soberbia mortadela o la salsa de carne que acompaña a la pasta. Bolonia es, además, una ciudad donde hay que subir, ya sea a las muchas torres que recortan el horizonte o a los hermosos montes del entorno, estribaciones de los Apeninos. En compañía del matemático y escritor boloñés Carlo Frabetti paseamos desde las Dos Torres hasta la Plaza Mayor, con paradas en los palacios Re Enzo y del Podestà, la famosa fuente de Neptuno y la enorme basílica de San Petronio. Además deambulamos por la interminable red de pórticos, recientemente inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. Especiales son los que conducen al Archiginnasio –primera sede universitaria, con el sobrecogedor teatro anatómico–, a la plaza de Santo Stefano –y su conjunto de siete iglesias– y al santuario de San Luca por medio de un soportal en cuesta de tres kilómetros y medio. A lo largo de la ruta conocemos a residentes como Alexandra Ecuvillon y Conrado Carretero. También nos guían Laia Salvador, de ViajaConLaia.com, y dos integrantes de la oficina de turismo de Bolonia: Martina Cavezza y Alice Brignani.
Nómadas
Bolonia: el saber, el subir, el sabor
12/03/2022
56:44