Dicen que su ciudad vieja se asemeja a una platija, uno de los pescados más apreciados en la costa báltica alemana. El observador no condicionado por la gastronomía local verá en Lübeck una compacta isla fluvial, tal vez con forma de almendra, abrazada por sus dos ríos. Este muro de agua le ha permitido mantener el casco histórico prácticamente intacto desde la Edad Media, por eso la UNESCO resolvió en 1987 declararlo Patrimonio de la Humanidad. La ciudad de las siete torres no brilla solo por sus iglesias; entre puertas, casas y patios suma unos 1.300 monumentos protegidos individualmente. Lübeck, antigua capital de la Liga Hanseática, muy próxima a Bremen y a Hamburgo, es uno de esos secretos que no conviene guardar por mucho tiempo. Sus calles empedradas invitan a disfrutar de excelentes museos y restaurantes; sus enigmáticos callejones encierran mil historias del pasado; y el Trave nos conduce hasta el mar y su pueblo playero: Travemünde.