Todo un clásico del siglo XX y todo un encantador de serpientes a través de narraciones interminables y fascinantes que mantienen atrapado de por vida al que sucumbe alguna vez bajo ellas, el escritor checo Bohumil Hrabal había nacido en el país de otros antihéroes de la literatura tan poco ejemplares como Hašek y su caradura soldado Švejk. Pero también vio la luz en las alegres guaridas de los insaciables bebedores de cerveza y de los fanáticos evacuadores de palabras. «Nosotros los checos – dirá en su libro Leyendas y romances de ciego– tenemos una cualidad que nos hace únicos, inimitablemente checos al cien por cien: la palabridez y la palabración. Hilarse uno mismo e hilar a los demás en una telaraña de palabras y hechos admirables y bellos.»
Hasta llegar a ser uno de los escritores más célebres de su época, Bohumil Hrabal fue el hombre de los mil oficios: oficial de notaría, viajante, actor, triturador de papel viejo, oficinista. Su etapa de trabajador ferroviario ofreció a la posteridad el regalo de un maravilloso y lírico retrato de aquel paso suyo por el mundo de las pequeñas estaciones de pueblos checoslovacos. Trenes rigurosamente vigilados (de 1964) se convertiría en su obra más famosa y sería llevada al cine de forma inolvidable por Jirí Menzel. En esta breve y deliciosa novela, ambientada en la Segunda Guerra Mundial, Hrabal quiso representar el despertar a la vida, al heroísmo, a la sensualidad y al amor de un joven aprendiz de factor que, el día más crucial de su vida, el día en que por fin se hace hombre, se enfrenta él solo a los alemanes.