Admirada por escritores como Alice Munro, John Banville o Samuel Beckett, Philip Roth la calificaría a Edna O’Brien como “la escritora en lengua inglesa de más talento” de nuestros días. Isla o invernadero literario aparentemente inagotable, sobrecogedor para cualquier escritor que comience su carrera en Irlanda, para todos ellos, el fantasma o deidad encarnada por James Joyce -del que se celebra este año el centenario de su novela Ulises- parece no dejar nunca de observarlos desde la lejanía de su cielo protector. También él sería el causante –como muchas veces ha confesado esta autora- de que comenzase a escribir.
El primer libro que compraría Edna O’Brien sería Introducing James Joyce de T.S. Eliot. A través de él llegaría a Retrato del artista adolescente, tras cuya lectura comprendió que se quería consagrar a la literatura para el resto de su vida. En su maravillosa y agridulce novela de iniciación, Las chicas de campo, con la que se dio a conocer (y que formaría una trilogía novelesca en los años 60, junto a La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas) estarían presentes no pocas huellas de lo que fue su propia adolescencia y juventud. Una obra que causó un enorme revuelo en el momento de su publicación.