Joseph Brodsky, el gran poeta ruso emigrado a los Estados Unidos, dijo en una ocasión sobre la escritora italo-suiza Fleur Jaeggy: “Duración de la lectura: aproximadamente una hora. Duración del recuerdo, y de la autora: el resto de la vida”. Brodsky se refería a ese libro maravilloso y de culto en muchos países que es Los hermosos años del castigo (editado por Tusquets). Y hay que decir que no le faltaba razón: Jaeggy es un planeta autónomo, no se parece a ningún otro escritor o escritora de nuestros días.
Profundamente turbadora, obstinada en sus temas, con personajes que alternan un cruel nihilismo y un falso candor infantil, un instinto de huida de la vida normal y de las reglas asfixiantes de lo cotidiano, Fleur Jaeggy es junto a la brasileña Clarice Lispector, y la que fue su gran amiga en vida, la austriaca Ingeborg Bachmann, de las autoras posiblemente con una obra más potente y original de la segunda mitad del pasado siglo.
Nacida en Zurich en 1940, y educada desde la infancia en tres lenguas –alemán, italiano y francés- Jaeggy se instaló en Milán en 1968, casándose con el editor, recientemente fallecido, Roberto Calasso, tras haber vivido en París y Roma. En Milán comenzaría su peculiar y exigente carrera literaria, caracterizada por libros escuetos, de escasas páginas, muy distanciados en el tiempo, que serían recibidos en cada ocasión como todo un acontecimiento por grupos de seguidores internacionales cada vez más numerosos.