Cuando el escritor austríaco Stefan Zweig, huyendo de los nazis, se suicidó en 1942 en la pequeña ciudad de Petrópolis, en Brasil, el escritor Heinrich Mann lo evocó como un triunfador, como un antiguo mimado de la fortuna que «vivía en una torre de marfil y, cuando el último peldaño de la torre cedió, ya no pudo soportarlo». En el caso de otro de los más famosos suicidados a causa de las terribles experiencias sufridas en su día como víctimas del nazismo, el escritor austríaco Jean Améry (nacido en Viena, en 1912, como Hans Mayer, y fallecido en Salzburgo, en 1978), como también lo fueron Paul Celan o Primo Levi, los peldaños que fueron derrumbándose lo hicieron poco a poco, progresivamente, en una larga y amarga cadena de decepciones, desgarros y escisiones no escogidas e imposibles de ser vividas simultáneamente en una sola persona y una sola vida. Algo que, por otro lado, no sorprendió a nadie, ya que, en su obra, Améry había teorizado largamente sobre ese acto, la muerte voluntaria, como en el caso de su obra Levantar la mano sobre uno mismo, de 1976. Superviviente de Auschwitz y Buchenwald y finalmente liberado en 1945 en Bergen-Belsen, el antaño conocido como Hans Mayer cambiaría su nombre por un anagrama de sonidos franceses, Jean Améry, simbolizando así su definitiva disociación de la cultura germánica. Es decir, todo rastro germánico que pudiera definirlo y su voluntaria adhesión a la cultura francesa, aunque por otro lado siguiera escribiendo su obra en alemán.
Por las fronteras de Europa
Jean Améry: Un muerto en vacaciones
05/03/2024
10:19