La de Jean Echenoz (nacido en Orange, en 1948), es una de las literaturas más originales y fascinantes que ha dado Francia desde las últimas décadas del pasado siglo. A partir de su primera novela, El meridiano de Greenwich (de 1979), se distinguió por las descripciones detalladas y exhaustivas de los escenarios de sus historias. Después de aquella isla de Micronesia, el lector lo acompañaría a Malasia con La aventura malaya (de 1987), luego a la India en Rubias peligrosas (de 1995), antes de explorar insólitamente el Ártico en la excelente novela Me voy (Premio Goncourt de 1999), o Corea del Norte en Enviado especial (de 2016). Autor ecléctico, que ha recorrido siempre diversos géneros, como la novela policíaca con Cherokee o la novela de espías en Lago, siempre lo ha hecho con una gran libertad de escritura, y una mezcla muy personal de ironía y atracción por las aventuras más desorbitadas. A partir de la década de 2000, Echenoz también comenzó a escribir biografías de ficción, con pequeñas novelas excelentes como Ravel o como la dedicada a Emil Zatopek en Correr. O pequeñas y magníficas piezas de orfebrería, de trasfondo histórico, como la dedicada a la Primera Guerra Mundial: 14. Se trata siempre de un singular experimentador de ficciones entre lo verosímil y lo inverosímil, entre lo ingenuo y las construcciones férreamente construidas, entre la carga subterránea de un humor permanente e interno y la melancolía teñida de amenazas de toda clase, en mundos ya futuros, glaciales, asépticos, despersonalizados, carentes de alma. Mundos que han sobrevivido, o que aún no han pasado, por una catástrofe nuclear, como se palpaba en esa rara novela de trama científica y de espionaje que es Lago.
Por las fronteras de Europa
Jean Echenoz: El inventor del sprint
24/09/2024
10:00